
Voy a contarles una historia que aprendí:
Un anciano y su discípulo caminaban por un camino cuando, a lo lejos, avistaron una granja. Las cercas de madera que la delimitaban estaban viejas y rotas, la casa sin pintura también estaba en ruinas, las ventanas desencajadas, el portón caído, la hierba alta… Sin embargo, dentro de la propiedad, aún sobrevivía una vaquita flaca y huesuda, rumiando un pequeño manojo de hierba. Al ver esto, el discípulo preguntó a su maestro:
— Maestro, ¿será que alguien vive allí? Mire las condiciones de la casa y vea esa vaquita, tan delgada y desnutrida. Es evidente que nadie la cuida desde hace meses.
Sin mirar al joven, el maestro respondió con convicción:
— Muchacho, ve hasta allá y “patea la vaquita” (indicándole que empujara al animal hacia el barranco).
Indignado, el discípulo se negó y se sintió ofendido por la orden de su maestro. Alegó que sería una atrocidad hacer eso con un animal que ya estaba en condiciones tan precarias. Pero el maestro insistió:
— Muchacho, haz lo que te digo, ve y “patea la vaquita”.
Desconsolado, el joven se acercó al animal y, con pesar, lo empujó, haciéndolo caer al barranco, lo que provocó su muerte. Tras lo ocurrido, triste e inconforme, el joven siguió su camino junto a su maestro.
Pasaron varios años, y aquel joven ya no lo era más; se había convertido en un anciano. Caminando solo por un sendero, vio a lo lejos la misma granja donde había estado años atrás. Pero ya no era la misma: ahora se había transformado en una hermosa propiedad con una casa impecable, caballos, ganado, ovejas y mucho más. Sorprendido por la transformación, se detuvo y llamó a alguien en la puerta para que le explicara si la granja había sido vendida. Pronto apareció un hombre que lo atendió:
— ¿Sí? ¿En qué puedo ayudarle?
Con desconfianza, el anciano preguntó:
— ¿Esta es la misma granja que antes estaba en ruinas, con las cercas caídas, las ventanas rotas y la hierba tan alta que parecía abandonada? ¿La misma que tenía (dijo con tristeza) una vaquita flaca que pastaba aquí?
Entusiasmado, el hombre respondió:
— ¡Sí, es la misma! En aquella época, mi padre cuidaba la granja, y sí, teníamos esa vaquita flaca. Pero un día ocurrió una fatalidad: imagínese usted, la vaquita cayó por el barranco y murió.
Con los ojos llenos de lágrimas por el remordimiento, el anciano, llorando, preguntó:
— ¡Qué pena! ¡Qué terrible! ¿Era la única vaquita que tenían?
Todavía emocionado, el hombre respondió:
— Sí. Pero fue lo mejor que nos pudo haber pasado. Necesitábamos que esa vaquita muriera para salir de nuestra zona de confort. Mientras ella vivía, tomábamos su leche, hacíamos queso y lo vendíamos, y de eso vivíamos. Pero por esa razón, no teníamos nada más. Nadie hacía nada porque la vaquita lo hacía todo, y nosotros solo nos conformábamos. Hoy, después de su muerte, nuestra familia se puso en acción, cada uno se encarga de algo, tenemos ganado, cultivos y somos prósperos. Gracias a la muerte de la vaquita, hoy somos ricos. ¡Es increíble, pero es cierto!
Con una gran sonrisa y entendiendo finalmente lo que su antiguo maestro quiso enseñarle, el anciano agradeció y siguió su camino.
Conclusión: A veces, en nuestra vida, necesitamos “patear la vaquita” para avanzar y prosperar. ¿Estás acomodado? Entonces quiero decirte algo:
¡PATEA LA VAQUITA!
¡Lo mejor de Dios aún está por venir!
Recursos adicionales:
Este artículo aborda cómo enfrentar y superar momentos difíciles, alineándose con la temática de salir de la zona de confort. No estás derrotado, solo estás en proceso.
La importancia de soltar aquello que impide nuestro crecimiento, complementando la idea de ‘patear la vaquita’. ¡Déjalo ir! No te aferres a algo que ya no te hace feliz
Consejos sobre cómo mantener la fortaleza y avanzar en la vida cristiana, relevante para quienes buscan salir de su zona de confort. La Fortaleza en la Vida Cristiana: Aprende a Resistir y Seguir Adelante
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